Cartagena me enamoró. Yo había ido una vez, pero nunca la había pasado tan rico como el fin de semana pasado. Rodeado de 3 presidentes de estado, del hombre más rico del mundo, que por cierto me enteré de que es gay pues todos le llaman “Bill Gay” (imagínense el acento costeño), ministros comiendo enfrente mío, modelos, presentadores, Gabriel García Márquez, en fin, nunca pensé estar rodeado de tanta gente tan importante. Y no es que me hubiese quedado en el Santa Clara, sino que ellos paseaban caminando como cualquier otro visitante.
Ahora entiendo por qué muchos deciden casarse allá. Aparte de que el sábado vi cuatro diferentes matrimonios en un par de cuadras, el encanto de esa ciudad es incomparable. Tanto así que cientos de extranjeros se pelean por comprar una casa en esta ciudad.
Caminar, comer bien, tomarme un mojito, sentarme a esperar que la noche se pusiera fría, cosa que nunca pasó, ver a tanta gente diferente, son cosas que disfruto mucho y más aún en esa ciudad. Me devolví con la ilusión de vivir un tiempo bajo todos los colores que pintan esa ciudad, su comida, su gente y la inmensa tranquilidad que se respira. Obvio, eso no va a pasar en temporada alta.