domingo, 12 de agosto de 2007

Este es el Nereo de quien les he hablado

EL TIEMPO
11 de Agosto de 2007
Por Jorge Iván Mora Zapata - Nueva York

Nereo: 50 años retratando al país


Con ojos de clavel, la flor de sus designios astrales, el maestro Nereo López despierta temprano, practica la roña costeña de apartar cobijas y volverse a cubrir hasta cuando son las 7:30 de la mañana. Un café, la ducha, desayuno de cereales, un vistazo informático al mundo y sobre las 10 está abordando el metro para cumplir cualquier cita en la gran ciudad. Almuerza a las 3 y en la noche otra infusión y más trabajo. Y cada segundo martes de mes, con humildad de monje, asiste al círculo literario organizado por el colombiano Gabriel Jaime Rodríguez en el café Juan Valdez de la calle 57 con Lexington, en Manhattan...

A las 4 de la madrugada de todos los días se levantaba a tomar el baño de manguera con la que lavaban los autobuses y disipaba las horas siguientes entre labores del entorno. Le ayudaba al tío en un negocio de venta de licores frente al teatro Rialto en Calle Larga, y estudiaba ya bachillerato cuando participaba de los aquelarres de un grupo de muchachos que se reunían por pura amistad, llamado a sí mismo sin explicación que se recuerde los Mets, en el que militaba Manuel Zapata Olivella. La misma Cartagena que conmemoró todas las edades de Gabo y que no incluyó a Nereo, el fotógrafo que le dio a Colombia la crónica visual más completa de los días gloriosos del Nobel en Suecia a propósito de su premio, y que se convirtió en el libro De Aracataca a Estocolmo, editado por Colcultura en aquel memorable año de 1982...

A principios de 1987 montó en Bogotá una escuela, Nereo Centro de Enseñanza y Cultura Fotográfica, en una casa sobre la avenida 39 con calle 16 en Palermo. Le fue muy bien durante 10 años. Hacía exposiciones didácticas por lo menos cada 2 meses en la galería que acondicionó. Pero fracasó al final porque sus alumnos no querían otro profesor que no fuera él. Enterada de su ruinosa situación, una amiga de New York le escribió ofreciéndole el boleto y un lugar de llegada. Visitó galerías, dio vueltas, exploró, volvió a Colombia, y regresó hace siete años quizá para volver a nacer. "New York es la capital donde todo el mundo viene a lo mismo. Y en esa lucha estoy", dice, como si casi un siglo de su vida no existiera.


Le gusta porque siente que vibra. Está creando, bastante distante de comodidades. Vive solo en alquiler en un cuarto de una casa de familia en Richmond Hill en cercanías del aeropuerto Kennedy, y desde los seis metros cuadrados que le corresponden desarrolla su pasión por el estudio de la imagen digital. Ahora está aplicado a la transfografía, descomponiendo fotos suyas y haciendo con sus elementos otros contenidos, para lo cual utiliza técnicas viejas de fotografía. "El computador no crea, ayuda", expresa, para resaltar la supremacía del ingenio. En noviembre fue invitado a Harvard a dictar una conferencia, El Caribe Colombiano, y terminó dictando tres, incluida una para colombianos melancólicos e indocumentados que lloraron con sus memorias...

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