domingo, 4 de noviembre de 2007

Conocí a Ze Pequenho

Era un viaje casual, por causa del feriado que se venía encima. Todos mis amigos, menos Luisa y Sebastián (Rocha), viajaban a Rio de Janeiro u otras partes. Yo tenía ganas de salir, pero varios de los lugares a donde ellos iban yo ya los conocía y no quería repetir. A las 1pm me llegó un mail del “loco sebas” pidiendo auxilio pues no quería quedarse encerrado en su apartamento jugando Halo. Le respondí el mail, sin antes darme cuenta que estaba conectado a msn, diciéndole que nos fuéramos de inmediato al Terminal y cogiéramos un bus con rumbo a Maresias, donde estaba una galera.

Llegamos y el bus a Maresias había salido hacía unos minutos y el siguiente se demoraría unas horas. Vimos otro destino: Ubatuba. Sabíamos que allá estaba Andrés con su novia, entonces decidimos irnos para allá. Cuatro horas de viaje nos llevaron allá.

Llegamos, y debíamos coger otro bus hasta Itamambuca. Esperamos, esperamos, esperamos y nunca pasó el bendito bus. Preguntamos y nos indicaron cómo irnos a pie (12Km). Así que cogimos todo, y nos fuimos.

Horas después, dentro de la mini selva dos típicos brasileros de playa (en la parte de contextura), morenos, flacos, cabello chuto, mas o menos altos, salieron con una especie de bate hablando el portugués más rápido nunca antes visto. Nosotros, muy “gringos”, nos acercamos suponiendo que nos querían preguntar algo, pero la respuesta de ellos fue un golpe en el abdomen de Sebastián. Ahí entendíamos que no eran nuestros amigos.

Intentando evadir las luces de los carros que pasaban, nos metieron en los matorrales, obligándonos a entregar todo: maletas, carpa, billeteras, relojes... Se notaba que uno de ellos era más “experto”, para mi el mismísimo Ze Pequenho, el otro sólo callaba y cumplía con la rutina. Siempre sostenían una amenaza de matarnos suponiendo tener un revolver debajo de la camiseta. Obvio, acá ustedes dirán “eso no tenían nada”, pero la verdad no quería preguntarles y salir de la duda. Nos obligaron a meternos más adentro de los matorrales, pero no accedimos, dijimos que ya tenían todo, que por favor no nos fueran a hacer algo más. Por alguna razón de valentía, después de que me intentaban quitar el reloj, me lo quité rápidamente y lo guarde en una media.

Ellos, salieron en dos bicicletas que tenían ocultas, dejándonos en pantaloneta, medias, y un reloj, nada más. Salimos de nuevo a la carretera, y lo primero que hice fue totearme de la risa mientras que Sebastián sufría por lo que había sucedido. Y cómo no me iba a reír. ¡Sebastián llevaba puestas las medias rosadas de la novia! Ahí, logramos distraernos por unos segundos, pero luego, cuando una tormenta nos rodeaba, ningún carro paraba, el frío llegaba, y nada cercano se veía venir, me empezaba a desesperar. Caminamos otros dos kilómetros, descalzos y hasta deseperanzados, imaginándonos cómo iría a acabar la noche.

Al fondo vimos unas luces, caminamos más rápido y vimos una discoteca. Sin pensarlo, pero con toda la vergüenza, nos acercamos a la primera persona que vimos, le intentamos explicar todo hasta convencerlo de que necesitábamos ayuda. Nos dio 4.40 reales, lo justo para un bus. Esperamos, esperamos y esperamos, pero esta vez no queríamos caminar. En ese momento Sebastián me preguntó por mi espalda. Yo no sabía por qué me preguntaba por eso, pero acercándonos un poco a la luz, vimos que tenía golpes en la espalda, el brazo izquierdo y el abdomen. Golpes que nunca recuerdo haber recibido pero que él si vio.

Un poco de hielo empezó a bajar la inflamación, y bueno, llegó el deseado bus. Nos subimos y empezamos a ver la mirada despreciable de los pasajeros, y no era para más. Ahí sentí lo que sienten los desplazados, indigentes… cuando uno se atreve a mirarlos así sin saber qué les ha pasado. Con la respectiva cara de derrota, nos bajamos junto con 3 surfistas, y empezamos a hablar con uno de ellos (Valdemar), contándole todo lo que nos pasó y la necesidad de encontrar a nuestros amigos. El se ofreció a acompañarnos posada por posada preguntando por ellos. En la segunda, Mario, el cocinero, nos dio unos minutos en Internet donde encontramos teléfonos de gente que nos podía ayudar. Mientras tanto, Mario recogió unas camisetas y nos las regaló. Nunca antes me había quedado tan bien una talla L. En últimas, por problemas de comunicación no logramos encontrar a nadie conocido. Nos ofrecieron un banano y un pan con mantequilla, más que suficiente para calmar el hambre. No había más que hacer en esa noche, más que saber cómo y dónde dormir. Valdemar nos ofreció su casa, y nos acomodó en el cuarto de costura de su mamá. Con la mente agitada, el brazo muy inflamado, pensando en las miles de opciones para haber evitado o reaccionado a lo que sucedió, intentábamos dormir, pero era casi imposible.

El sábado, tan pronto hubo un poco de luz (6:10 am), nos levantamos y, de nuevo con mucha pena, llamamos a Valdemar para pedirle dinero y poder salir lo más pronto posible de ese pueblo. Ciego, porque no debía confiar en nosotros, nos prestó, lo que yo creo, era lo único que tenía. Ojala pueda volver algún día y mostrarles cuáles eran las condiciones en las que él vivía.

Salimos a coger un bus que nos llevara a la estación de policía para poner el denuncio, y sin ninguna esperanza nos dio por “hecharle dedo” a un carro, cosa que habíamos hecho la noche anterior por decenas de veces, esta vez paró. Antes de subirme, le avisé lo que nos había sucedido para que no se espantara por nuestra apariencia. Por fortuna, dimos con otro ángel fabricante de pan, que nos llevó hasta la estación de policía, nos regaló un bloque de pan integral, y lo mejor de todo: nos compró unas sandalias a cada uno. Sorpresivamente, después de hacer una llamada a su esposa, nos invitó a quedarnos en su casa, y el cubriría todo lo que necesitáramos. Con Sebastián nos miramos, yo un poco adolorido quería devolverme, Sebastián, que hacía su primer viaje a la playa luego de miles complicaciones, hacía una cara de indecidido. Yo le dije “llamemos a Andrés, si sabemos algo de él nos quedamos”. De nuevo, no pudimos encontrar a Andrés, así que con un pan en las manos, algunas frutas, ropa regalada y el agradecimiento a todos los que nos ayudaron, cogimos el primer bus que salía para Sao Paulo.

Sin duda alguna aprendimos que no siempre se le debe hacer caso al instinto, debemos anotar también el celular de las novias de nuestros amigos, ponerse las medias de la novia causa risa, hay que poner los datos que pide facebook (nos “salvó” la vida), siempre habrán justificaciones para todo, tanto para robar, como para caminar de noche… y tengo un parcero, un Dios que no se despega de mi no día ni noche así yo lo quiera, el mismo que presenció todo y al que le agradezco inmensamente, así no entienda la mitad de lo que escribí.

2 comentarios:

Pat&co dijo...

Hola juanito, me enteré de lo que te pasó pero gracias a Dios diste con buenas personas que te ayudaron. Espero que estes mejor de los golpes, un beso y un abrazo. Chao!

Anónimo dijo...

Uy juan no sabia que la cosa habia sido tan grave, algo me habia contado Dani, pero pues loco menos mal no les paso nada y fue mas el susto, siempre va a haber alguien que tienda la mano, un abrazo papa.