Siempre tuve la inquietud de hacer las siguientes preguntas a un médico, y qué mejor que mi primo. Las preguntas fueron las siguientes:
1. ¿Se recomienda o no espicharse los granos? ¿Hay alguna técnica especial?
2. ¿Se ve correctamente ético que un ginecólogo se enamore de su paciente? (caso de la vida real)
3. Ya que el pene está constituido por musculitos (creo), ¿entre más se ejercite, crece o se vuelve fuerte?
4. Si los médicos necesitan de enfermos ¿por qué los sanan?
Las respuestas a cada una fueron:
1. No
2. Pues dependiendo de la relación y la situación.
3. No, Lamento informarte que no, pues no es músculo sino cuerpos cavernosos y eso no crece por ejercitarse.
4. Para eso hay muchos enfermos.
Mis comentarios al respecto fueron:
1. Es como el licor... hacerlo responsáblemente.
2. Pobre de mi amiga.
3. No se dejen llevar por ayudas extras.
4. Qué fortuna.
5. Muchas gracias Doctor.
domingo, 25 de noviembre de 2007
lunes, 19 de noviembre de 2007
1.090 Km al volante brasilero
Como ya es costumbre en este país (Brasil), los feriados se convierten en una excusa casi obligatoria para viajar, sobre todo a las playas cercanas. Por Colombia nos uníamos 4 representantes (Andrés, Marlon, Luisa y yo), más dos de Chile (Isidora y Josefina), a esta costumbre brasilera. El viaje tenía un son diferente: alquilamos un carrito.
Siempre habíamos ido en flota de un lado a otro, pero la jinga tendría más actitud montándonos en nuestro propio carro y saliendo a las carreteras. Sin importar que casi no cupiéramos los 6 en ese corsa negro, salimos a improvisar cómo llegar a Parati. Siguiendo el dicho de “preguntando se llega a Roma”, salimos a las 4pm de Sao Paulo, por la avenida Airton Sena que nos debería llevar a la ciudad que queríamos. Al ritmo de mezclas de punk, rock, salsa, tropi pop, techno, vallenato y una mezcla infinita de música estábamos más que motivados.
El viaje se estimaba en unas 5 horas. Iríamos en gran parte por la misma carretera que va a Rio de Janeiro y haríamos un desvío en alguna parte. El problema era saber cuál era el devío. Todo el mundo nos decía diferentes rutas, por el litoral, por la druta, por la estrada… tanto así que llegamos a Rio de Janeiro. Los planes cambiaban un poco pero esa ciudad no tenía nada que nos disgustara, pero como los que habíamos ido antes habíamos ido en bus, el miedo de no saber por dónde coger y ganarnos una nueva visita de Ze Pequeño, pero esta vez nosotros en carro y con un banquete más satisfactorio para él, nos preocupaba bastante. Aparte de eso, se suele escuchar de los cientos de muertes por balas perdidas en la guerra que llevan las fabelas con la policía. De un momento a otro, y como mandado del cielo, Andrés recordó una palabra “Linha Vermelha”… fue tanta su seguridad que creímos en que sería la vía a la tranquilidad… a Copacabana e Ipanema, y así lo fue.
Al centro de la ciudad llegamos como a las 11pm y ahora el problema era conseguir dónde hospedarnos. Como buen feriado, todo estaba lleno, caro y las posibilidades se acababan. Un hostel, muy caleto, normalito, pero para dos amigos, que son unas princesas, un poco feito, nos acogió tipo 12m. Comida suave, música en la terraza, cocktails binacionales, la visita de un colombiano perdido en Brasil, y más nos mandaron a dormir hacia las 4am.
Un desayuno barato, como el de todos los hostales, nada de baño, nos sacaron a visitar el Corcovado. Luego, almuerzo en Copacabana, playa, fútbol y hacia las 6pm decidimos ir, ahora sí, a Parati. Parecíamos unos “sabrosones” en la carretera escuchando de todo, contándonos hasta el más remoto chisme, experiencia, dato, curiosidad o lo que sirviera para mantenerme despierto y entretenido al volante. No sé por qué, pero pareciera que no llegábamos, no habían letreros, mensajes, indicaciones, no nos atrevíamos a preguntarle a nadie por inseguridad, la carretera estaba vacía y oscura, incluso pensamos en que nos habíamos pasado… al final un aviso de “Parati 14Km” nos volvió a poner en actitud y emoción. Emoción que no duró mucho cuando un cambio de luces de un carro que venía en frente me dejó medio ciego, no me dejó ver un huecazo y el rin de la llanta delantera izquierda se torció dejando salir todo el aire.
Los recuerdos del pasado (ver “Conocí a Ze Pequeno”) me empezaban a atormentar. Era de noche, en la carretera, por fortuna éramos más, pero con más cosas por robar. Con Marlon nos pusimos en la tarea de cambiar la llanta y por “fortuna” dimos con el desarrollo más elaborado de un gato. No entiendo por qué les da por complicar la vida a los diseñadores mecánicos. De una pieza tan simple y útil como un gato neumático, les dio por ponerles diseño, aerodinámica y no sé qué más tecnología que lo único que hizo fue tener que subir y bajar el carro 3 veces, perder mucho tiempo y tener los nervios alborotados. Por fin lo logramos y llegamos al bendito pueblo tiempo después.
Aunque era de noche, la blancura de las casas, las calles enpiedradas me transportaron a Villa de Leyva, que extraño tanto. De nuevo, teníamos la tarea de encontrar una posada, nos dividimos en grupos y conseguimos una casa con camas y baño que eran apenas lo que necesitábamos. Más que cansados, sobre todo yo por la manejada, comimos y derecho a la cama a chismosear un buen rato.
Domingo de playa, sol, fútbol, mar y más, listos para quedar bronceados y contentos. Paseo por las calles, fotos casuales, postre, asadito en la casa… una tarde deliciosa. En la noche fiesta casual en la playa, con el mismo revuelto de música, cada uno escogiendo la suya para recordar, pensar, bailar… para lo que fuera.
Dolorosamente nos acostamos a las 4am, para levantarnos a las 7am e intentar devolvernos. Esta vez me auxiliaron 2 horas en el volante porque el sueño no era normal y no era prudente. Regresé a la carretera, poniéndole ritmo porque teníamos presión para devolver el carro. Llegamos al caos vehicular de Sao Paulo, llegamos a la casita.
Siempre habíamos ido en flota de un lado a otro, pero la jinga tendría más actitud montándonos en nuestro propio carro y saliendo a las carreteras. Sin importar que casi no cupiéramos los 6 en ese corsa negro, salimos a improvisar cómo llegar a Parati. Siguiendo el dicho de “preguntando se llega a Roma”, salimos a las 4pm de Sao Paulo, por la avenida Airton Sena que nos debería llevar a la ciudad que queríamos. Al ritmo de mezclas de punk, rock, salsa, tropi pop, techno, vallenato y una mezcla infinita de música estábamos más que motivados.
El viaje se estimaba en unas 5 horas. Iríamos en gran parte por la misma carretera que va a Rio de Janeiro y haríamos un desvío en alguna parte. El problema era saber cuál era el devío. Todo el mundo nos decía diferentes rutas, por el litoral, por la druta, por la estrada… tanto así que llegamos a Rio de Janeiro. Los planes cambiaban un poco pero esa ciudad no tenía nada que nos disgustara, pero como los que habíamos ido antes habíamos ido en bus, el miedo de no saber por dónde coger y ganarnos una nueva visita de Ze Pequeño, pero esta vez nosotros en carro y con un banquete más satisfactorio para él, nos preocupaba bastante. Aparte de eso, se suele escuchar de los cientos de muertes por balas perdidas en la guerra que llevan las fabelas con la policía. De un momento a otro, y como mandado del cielo, Andrés recordó una palabra “Linha Vermelha”… fue tanta su seguridad que creímos en que sería la vía a la tranquilidad… a Copacabana e Ipanema, y así lo fue.
Al centro de la ciudad llegamos como a las 11pm y ahora el problema era conseguir dónde hospedarnos. Como buen feriado, todo estaba lleno, caro y las posibilidades se acababan. Un hostel, muy caleto, normalito, pero para dos amigos, que son unas princesas, un poco feito, nos acogió tipo 12m. Comida suave, música en la terraza, cocktails binacionales, la visita de un colombiano perdido en Brasil, y más nos mandaron a dormir hacia las 4am.
Un desayuno barato, como el de todos los hostales, nada de baño, nos sacaron a visitar el Corcovado. Luego, almuerzo en Copacabana, playa, fútbol y hacia las 6pm decidimos ir, ahora sí, a Parati. Parecíamos unos “sabrosones” en la carretera escuchando de todo, contándonos hasta el más remoto chisme, experiencia, dato, curiosidad o lo que sirviera para mantenerme despierto y entretenido al volante. No sé por qué, pero pareciera que no llegábamos, no habían letreros, mensajes, indicaciones, no nos atrevíamos a preguntarle a nadie por inseguridad, la carretera estaba vacía y oscura, incluso pensamos en que nos habíamos pasado… al final un aviso de “Parati 14Km” nos volvió a poner en actitud y emoción. Emoción que no duró mucho cuando un cambio de luces de un carro que venía en frente me dejó medio ciego, no me dejó ver un huecazo y el rin de la llanta delantera izquierda se torció dejando salir todo el aire.
Los recuerdos del pasado (ver “Conocí a Ze Pequeno”) me empezaban a atormentar. Era de noche, en la carretera, por fortuna éramos más, pero con más cosas por robar. Con Marlon nos pusimos en la tarea de cambiar la llanta y por “fortuna” dimos con el desarrollo más elaborado de un gato. No entiendo por qué les da por complicar la vida a los diseñadores mecánicos. De una pieza tan simple y útil como un gato neumático, les dio por ponerles diseño, aerodinámica y no sé qué más tecnología que lo único que hizo fue tener que subir y bajar el carro 3 veces, perder mucho tiempo y tener los nervios alborotados. Por fin lo logramos y llegamos al bendito pueblo tiempo después.
Aunque era de noche, la blancura de las casas, las calles enpiedradas me transportaron a Villa de Leyva, que extraño tanto. De nuevo, teníamos la tarea de encontrar una posada, nos dividimos en grupos y conseguimos una casa con camas y baño que eran apenas lo que necesitábamos. Más que cansados, sobre todo yo por la manejada, comimos y derecho a la cama a chismosear un buen rato.
Domingo de playa, sol, fútbol, mar y más, listos para quedar bronceados y contentos. Paseo por las calles, fotos casuales, postre, asadito en la casa… una tarde deliciosa. En la noche fiesta casual en la playa, con el mismo revuelto de música, cada uno escogiendo la suya para recordar, pensar, bailar… para lo que fuera.
Dolorosamente nos acostamos a las 4am, para levantarnos a las 7am e intentar devolvernos. Esta vez me auxiliaron 2 horas en el volante porque el sueño no era normal y no era prudente. Regresé a la carretera, poniéndole ritmo porque teníamos presión para devolver el carro. Llegamos al caos vehicular de Sao Paulo, llegamos a la casita.
martes, 6 de noviembre de 2007
¿Qué opinan?
Chile Dice: Ayyy Juan ¿qué te hiciste? ¿te cortaste el pelo? ¿te quitaste los frenos*? ¿te quitaste los lentes?... ¡te cambiaste el look!
Juan Dice: Si... ¡se llama ASALTO!
*No sé a qué horas me vió con frenos esa señora.
Juan Dice: Si... ¡se llama ASALTO!
*No sé a qué horas me vió con frenos esa señora.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Conocí a Ze Pequenho
Era un viaje casual, por causa del feriado que se venía encima. Todos mis amigos, menos Luisa y Sebastián (Rocha), viajaban a Rio de Janeiro u otras partes. Yo tenía ganas de salir, pero varios de los lugares a donde ellos iban yo ya los conocía y no quería repetir. A las 1pm me llegó un mail del “loco sebas” pidiendo auxilio pues no quería quedarse encerrado en su apartamento jugando Halo. Le respondí el mail, sin antes darme cuenta que estaba conectado a msn, diciéndole que nos fuéramos de inmediato al Terminal y cogiéramos un bus con rumbo a Maresias, donde estaba una galera.
Llegamos y el bus a Maresias había salido hacía unos minutos y el siguiente se demoraría unas horas. Vimos otro destino: Ubatuba. Sabíamos que allá estaba Andrés con su novia, entonces decidimos irnos para allá. Cuatro horas de viaje nos llevaron allá.
Llegamos, y debíamos coger otro bus hasta Itamambuca. Esperamos, esperamos, esperamos y nunca pasó el bendito bus. Preguntamos y nos indicaron cómo irnos a pie (12Km). Así que cogimos todo, y nos fuimos.
Horas después, dentro de la mini selva dos típicos brasileros de playa (en la parte de contextura), morenos, flacos, cabello chuto, mas o menos altos, salieron con una especie de bate hablando el portugués más rápido nunca antes visto. Nosotros, muy “gringos”, nos acercamos suponiendo que nos querían preguntar algo, pero la respuesta de ellos fue un golpe en el abdomen de Sebastián. Ahí entendíamos que no eran nuestros amigos.
Intentando evadir las luces de los carros que pasaban, nos metieron en los matorrales, obligándonos a entregar todo: maletas, carpa, billeteras, relojes... Se notaba que uno de ellos era más “experto”, para mi el mismísimo Ze Pequenho, el otro sólo callaba y cumplía con la rutina. Siempre sostenían una amenaza de matarnos suponiendo tener un revolver debajo de la camiseta. Obvio, acá ustedes dirán “eso no tenían nada”, pero la verdad no quería preguntarles y salir de la duda. Nos obligaron a meternos más adentro de los matorrales, pero no accedimos, dijimos que ya tenían todo, que por favor no nos fueran a hacer algo más. Por alguna razón de valentía, después de que me intentaban quitar el reloj, me lo quité rápidamente y lo guarde en una media.
Ellos, salieron en dos bicicletas que tenían ocultas, dejándonos en pantaloneta, medias, y un reloj, nada más. Salimos de nuevo a la carretera, y lo primero que hice fue totearme de la risa mientras que Sebastián sufría por lo que había sucedido. Y cómo no me iba a reír. ¡Sebastián llevaba puestas las medias rosadas de la novia! Ahí, logramos distraernos por unos segundos, pero luego, cuando una tormenta nos rodeaba, ningún carro paraba, el frío llegaba, y nada cercano se veía venir, me empezaba a desesperar. Caminamos otros dos kilómetros, descalzos y hasta deseperanzados, imaginándonos cómo iría a acabar la noche.
Al fondo vimos unas luces, caminamos más rápido y vimos una discoteca. Sin pensarlo, pero con toda la vergüenza, nos acercamos a la primera persona que vimos, le intentamos explicar todo hasta convencerlo de que necesitábamos ayuda. Nos dio 4.40 reales, lo justo para un bus. Esperamos, esperamos y esperamos, pero esta vez no queríamos caminar. En ese momento Sebastián me preguntó por mi espalda. Yo no sabía por qué me preguntaba por eso, pero acercándonos un poco a la luz, vimos que tenía golpes en la espalda, el brazo izquierdo y el abdomen. Golpes que nunca recuerdo haber recibido pero que él si vio.
Un poco de hielo empezó a bajar la inflamación, y bueno, llegó el deseado bus. Nos subimos y empezamos a ver la mirada despreciable de los pasajeros, y no era para más. Ahí sentí lo que sienten los desplazados, indigentes… cuando uno se atreve a mirarlos así sin saber qué les ha pasado. Con la respectiva cara de derrota, nos bajamos junto con 3 surfistas, y empezamos a hablar con uno de ellos (Valdemar), contándole todo lo que nos pasó y la necesidad de encontrar a nuestros amigos. El se ofreció a acompañarnos posada por posada preguntando por ellos. En la segunda, Mario, el cocinero, nos dio unos minutos en Internet donde encontramos teléfonos de gente que nos podía ayudar. Mientras tanto, Mario recogió unas camisetas y nos las regaló. Nunca antes me había quedado tan bien una talla L. En últimas, por problemas de comunicación no logramos encontrar a nadie conocido. Nos ofrecieron un banano y un pan con mantequilla, más que suficiente para calmar el hambre. No había más que hacer en esa noche, más que saber cómo y dónde dormir. Valdemar nos ofreció su casa, y nos acomodó en el cuarto de costura de su mamá. Con la mente agitada, el brazo muy inflamado, pensando en las miles de opciones para haber evitado o reaccionado a lo que sucedió, intentábamos dormir, pero era casi imposible.
El sábado, tan pronto hubo un poco de luz (6:10 am), nos levantamos y, de nuevo con mucha pena, llamamos a Valdemar para pedirle dinero y poder salir lo más pronto posible de ese pueblo. Ciego, porque no debía confiar en nosotros, nos prestó, lo que yo creo, era lo único que tenía. Ojala pueda volver algún día y mostrarles cuáles eran las condiciones en las que él vivía.
Salimos a coger un bus que nos llevara a la estación de policía para poner el denuncio, y sin ninguna esperanza nos dio por “hecharle dedo” a un carro, cosa que habíamos hecho la noche anterior por decenas de veces, esta vez paró. Antes de subirme, le avisé lo que nos había sucedido para que no se espantara por nuestra apariencia. Por fortuna, dimos con otro ángel fabricante de pan, que nos llevó hasta la estación de policía, nos regaló un bloque de pan integral, y lo mejor de todo: nos compró unas sandalias a cada uno. Sorpresivamente, después de hacer una llamada a su esposa, nos invitó a quedarnos en su casa, y el cubriría todo lo que necesitáramos. Con Sebastián nos miramos, yo un poco adolorido quería devolverme, Sebastián, que hacía su primer viaje a la playa luego de miles complicaciones, hacía una cara de indecidido. Yo le dije “llamemos a Andrés, si sabemos algo de él nos quedamos”. De nuevo, no pudimos encontrar a Andrés, así que con un pan en las manos, algunas frutas, ropa regalada y el agradecimiento a todos los que nos ayudaron, cogimos el primer bus que salía para Sao Paulo.
Sin duda alguna aprendimos que no siempre se le debe hacer caso al instinto, debemos anotar también el celular de las novias de nuestros amigos, ponerse las medias de la novia causa risa, hay que poner los datos que pide facebook (nos “salvó” la vida), siempre habrán justificaciones para todo, tanto para robar, como para caminar de noche… y tengo un parcero, un Dios que no se despega de mi no día ni noche así yo lo quiera, el mismo que presenció todo y al que le agradezco inmensamente, así no entienda la mitad de lo que escribí.
Llegamos y el bus a Maresias había salido hacía unos minutos y el siguiente se demoraría unas horas. Vimos otro destino: Ubatuba. Sabíamos que allá estaba Andrés con su novia, entonces decidimos irnos para allá. Cuatro horas de viaje nos llevaron allá.
Llegamos, y debíamos coger otro bus hasta Itamambuca. Esperamos, esperamos, esperamos y nunca pasó el bendito bus. Preguntamos y nos indicaron cómo irnos a pie (12Km). Así que cogimos todo, y nos fuimos.
Horas después, dentro de la mini selva dos típicos brasileros de playa (en la parte de contextura), morenos, flacos, cabello chuto, mas o menos altos, salieron con una especie de bate hablando el portugués más rápido nunca antes visto. Nosotros, muy “gringos”, nos acercamos suponiendo que nos querían preguntar algo, pero la respuesta de ellos fue un golpe en el abdomen de Sebastián. Ahí entendíamos que no eran nuestros amigos.
Intentando evadir las luces de los carros que pasaban, nos metieron en los matorrales, obligándonos a entregar todo: maletas, carpa, billeteras, relojes... Se notaba que uno de ellos era más “experto”, para mi el mismísimo Ze Pequenho, el otro sólo callaba y cumplía con la rutina. Siempre sostenían una amenaza de matarnos suponiendo tener un revolver debajo de la camiseta. Obvio, acá ustedes dirán “eso no tenían nada”, pero la verdad no quería preguntarles y salir de la duda. Nos obligaron a meternos más adentro de los matorrales, pero no accedimos, dijimos que ya tenían todo, que por favor no nos fueran a hacer algo más. Por alguna razón de valentía, después de que me intentaban quitar el reloj, me lo quité rápidamente y lo guarde en una media.
Ellos, salieron en dos bicicletas que tenían ocultas, dejándonos en pantaloneta, medias, y un reloj, nada más. Salimos de nuevo a la carretera, y lo primero que hice fue totearme de la risa mientras que Sebastián sufría por lo que había sucedido. Y cómo no me iba a reír. ¡Sebastián llevaba puestas las medias rosadas de la novia! Ahí, logramos distraernos por unos segundos, pero luego, cuando una tormenta nos rodeaba, ningún carro paraba, el frío llegaba, y nada cercano se veía venir, me empezaba a desesperar. Caminamos otros dos kilómetros, descalzos y hasta deseperanzados, imaginándonos cómo iría a acabar la noche.
Al fondo vimos unas luces, caminamos más rápido y vimos una discoteca. Sin pensarlo, pero con toda la vergüenza, nos acercamos a la primera persona que vimos, le intentamos explicar todo hasta convencerlo de que necesitábamos ayuda. Nos dio 4.40 reales, lo justo para un bus. Esperamos, esperamos y esperamos, pero esta vez no queríamos caminar. En ese momento Sebastián me preguntó por mi espalda. Yo no sabía por qué me preguntaba por eso, pero acercándonos un poco a la luz, vimos que tenía golpes en la espalda, el brazo izquierdo y el abdomen. Golpes que nunca recuerdo haber recibido pero que él si vio.
Un poco de hielo empezó a bajar la inflamación, y bueno, llegó el deseado bus. Nos subimos y empezamos a ver la mirada despreciable de los pasajeros, y no era para más. Ahí sentí lo que sienten los desplazados, indigentes… cuando uno se atreve a mirarlos así sin saber qué les ha pasado. Con la respectiva cara de derrota, nos bajamos junto con 3 surfistas, y empezamos a hablar con uno de ellos (Valdemar), contándole todo lo que nos pasó y la necesidad de encontrar a nuestros amigos. El se ofreció a acompañarnos posada por posada preguntando por ellos. En la segunda, Mario, el cocinero, nos dio unos minutos en Internet donde encontramos teléfonos de gente que nos podía ayudar. Mientras tanto, Mario recogió unas camisetas y nos las regaló. Nunca antes me había quedado tan bien una talla L. En últimas, por problemas de comunicación no logramos encontrar a nadie conocido. Nos ofrecieron un banano y un pan con mantequilla, más que suficiente para calmar el hambre. No había más que hacer en esa noche, más que saber cómo y dónde dormir. Valdemar nos ofreció su casa, y nos acomodó en el cuarto de costura de su mamá. Con la mente agitada, el brazo muy inflamado, pensando en las miles de opciones para haber evitado o reaccionado a lo que sucedió, intentábamos dormir, pero era casi imposible.
El sábado, tan pronto hubo un poco de luz (6:10 am), nos levantamos y, de nuevo con mucha pena, llamamos a Valdemar para pedirle dinero y poder salir lo más pronto posible de ese pueblo. Ciego, porque no debía confiar en nosotros, nos prestó, lo que yo creo, era lo único que tenía. Ojala pueda volver algún día y mostrarles cuáles eran las condiciones en las que él vivía.
Salimos a coger un bus que nos llevara a la estación de policía para poner el denuncio, y sin ninguna esperanza nos dio por “hecharle dedo” a un carro, cosa que habíamos hecho la noche anterior por decenas de veces, esta vez paró. Antes de subirme, le avisé lo que nos había sucedido para que no se espantara por nuestra apariencia. Por fortuna, dimos con otro ángel fabricante de pan, que nos llevó hasta la estación de policía, nos regaló un bloque de pan integral, y lo mejor de todo: nos compró unas sandalias a cada uno. Sorpresivamente, después de hacer una llamada a su esposa, nos invitó a quedarnos en su casa, y el cubriría todo lo que necesitáramos. Con Sebastián nos miramos, yo un poco adolorido quería devolverme, Sebastián, que hacía su primer viaje a la playa luego de miles complicaciones, hacía una cara de indecidido. Yo le dije “llamemos a Andrés, si sabemos algo de él nos quedamos”. De nuevo, no pudimos encontrar a Andrés, así que con un pan en las manos, algunas frutas, ropa regalada y el agradecimiento a todos los que nos ayudaron, cogimos el primer bus que salía para Sao Paulo.
Sin duda alguna aprendimos que no siempre se le debe hacer caso al instinto, debemos anotar también el celular de las novias de nuestros amigos, ponerse las medias de la novia causa risa, hay que poner los datos que pide facebook (nos “salvó” la vida), siempre habrán justificaciones para todo, tanto para robar, como para caminar de noche… y tengo un parcero, un Dios que no se despega de mi no día ni noche así yo lo quiera, el mismo que presenció todo y al que le agradezco inmensamente, así no entienda la mitad de lo que escribí.
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